-
Título
-
BS_1892_05
-
Descripción
-
Boletín Salesiano. Mayo 1892
-
Fecha
-
1892.05
-
extracted text
-
AJÍO v n . -N. 5.
Sale ona Tez al mes.
MAYO de 1892.
BOLETIN SALESIANO
Debemos ayudar & nuestros her«
manos é. fin de cooperar á la
diñisión de la verdad.
(m
S. J uan , 8).
Atiende á. la buena lectura, á la
ezbortación y á, la enseñanza.
(I T im o t h . IV, 13.)
Entrelas cosas divinas, laméis di
vina, es la de cooperar con Dios
& la salvación de las almas.
(S. D io n is io .)
El amor al prójimo, es uno de
los mayores y méis excelentes
dones, que la divina bondad
puede conceder á. los hombres
(El Doct. S. F kanc . de Sales).
Quien recibiere á un niño en mi
nombre, á mi me recibe, r
(Ma t ii . x v m .)
Os recomiendo la ñinez y la ju
ventud ; cultivad con grande es
mero su educación c ristian a; y
proporcionad libros que les en
señen á huir del vicio y á. prac
ticar la virtud.
(Pío IX.)
Redoblad todas vuestras fuerzas
á fin de apartar á la niñez y
juventud de la corrupción ó
incredulidad y preparar asi una
nueva generación.
(L e ó n X III.)
-ítS ( DIRECCION en el Oratorio Salesiano — Calle de Cottolengo N. 32, TÜRIN (Italia) )&l+-
S U M A U IO .
Preparación á la Fiesta de María Auxiliadora.
Gracias de Muría Auxiliadora.
El Católico debe ilustrarse en su fe.
Breves iudioaciones para la eusemiuza del Catecismo.
Moas. Riccardi Arzobispo do Turíu.
La Cúpula del Santuario do María Auxiliadora.
Noticias de nuestras Misiones. Colombia. Un sacerdote
Salesiano al servioio de los leprosos.
Bogotá. Fiesta en honor de San Francisco de Sales.
Nuestros agradeoimieutos ú los Sres. Presbos. E. M.
Castro, S. Machado y A. Metulli.
Historia del Oratorio de San Francisco do Sales.
La cievocíón á María es señal de predestinación.
¡Que felicidad la de estar elegido por
Dios de la eternidad para lograr la gloria!
4A quién no preocupa el pensamiento de
si le cabrá la suerte de ser contado en
tan dichoso número?
Pues bien, uo cabe duda que la devoción
á María es el medio más eficaz para
obtener la salvación; y así como es im
posible que se salve el que no es prote
gido por Alaría, es también imposible que
...
.1.
i 1 1 .1 .L
J.
se condenen aquellos á (juienes sirve de
«
w •'
$
abogada (1 ).
w
•
L a Iglesia infalible nos enseña que Io.s
que huyeu de María hallan la muerte, y
que por el contrario el devoto de María
encuentra la vida: Qtii me oderunt d'iLigiint mortem. Qui me invenerit invenUtt
ii celebrar la fiesta de María Auxiliadora. vitam. Qui elucidant me vitam aeternam
habehunt. Como la Madre de Dios sea Ja.
La devoción á M aría sumamente re razón secundaria de nue.stra salvación ,
comendada á la cristiandad entera, es conviene lo sea del mismo modo de
simpática y necesaria á todos los fieles, nuestra predestinación; y xAuesto que en
pero lo es singularm ente á ios Salesiauos el cielo todos los ángeles y santos Je
<iuienes traen origen de la insj)iraciÓD, forman corte á la diestra del Eterno
de la Santísima V irgen á su siervo Don Padre, fórmansela en la tierra y se preBosco, se cobijan bajo el manto de María
y en ella cLtran su mavor confianza.
(1) San AnselmOi
i
—
G6 —
fiaran á ser sus cortesanos en la gloria
los qno acá la honran llevando su librea.
Mai-jíi uromete á éstos su constante protccciéii é intercesión om nipotente: Quod
DeuH imperio, tu prece, Tirgo, potes. Amxqae
t(nla la corte celestial pidiera mi conde
nación , seguro estaría de salvarme con
solo <d patrocinio de M aría, afirma el
docto Suarez.
Dudoso ¡oh M aría, el que os ama! exclaniaiba San Ju an Berclimans; si amo á
María, cierto estoy de obtener la gracia de
la perseverancia y de alcanzar de Dios
cuanto le pida. Por esto aquel Santo
no cesaba de renovar su consagración á
la Santísima Virgen y de repetir entre
s í : Amo d María ; quiero amar á María.
San Ligorio no olvidaba jam ás en sus
misiones hacer una predicación sobre la
misericordia de M aría, y .aseguraba que
era la más provechosa (íe todas.
Afirma S. Germán que el que pronuncia
con afecto el nombre d'e María tiene ya
la vida de la gracia, ó en breve renacerá
á ella. Sólo se pierde el que no acude
al Auxilio de los Cristianos (1), pues que
la devoción á ]\Iaría es el salvo conducto
para no ser desterrado al infierno, con
forme la feliz ex}>resión de San Éfrén.
Quien sirve á la P eina del Cielo y ob
tiene su intercesión, puede estar ta n se
guro de alcanzar la felicidad eterna como
si ya estuviese en ella (2). Felices, mil
veces felices los que obtienen el favor
do María, dice S. Buenaventura, pues los
socorrerá particularmente á la hora de la
muerte, los acompañará y alentará en el
divino tribunal y merecerán ser recibidos
por los bienaventurados como compañeros
suyos.
¿Queremos saber si nuestro nombre
está escrito en el corazón de Jalaría t
N ada más fá c il, que seguramente lo
está si el nombro de ]\Iaría está escrito
en el nuestro. ¿ De qué sirve ,pues, el
inquietarnos con las sentencias de los
sabios, sobro si la predestinación á la glo
ria precede ó subsigue á la previsión de
los méritosT ¿Si nuestros nombres se
hallan ó no escritos en el libro de la
vida T Si somos verdaderos siervos de
María, y obtenemos su protección , sin
duda estamos escritos en él, porque, según
sentencia de grandes santos, Dios no
concede la devoción de su augusta Madre
sino á los que quiere salvar.
(1) S. I.iRorio.
0 ) El Abad Guoxrico
Al que está marcado con el sello de
María, Dios le reconoce por suyo.
Oídlo vosotros todos los que anheláis
el paraíso, exclama S. B uenaventura;
servid, honrad á María y hallaréis infa
liblemente la vida eterna.
Debemos tener presente que una gracia
espiritual ó temporal que nos hace María
no es sólo exprexión inequívoca del amor
que nos tiene, sino una señal manifiesta
de que nos quiere salvar; porque esa
gracia es tan sólo un medio de que se
vale para avivar nuestro afecto hacia ella
y nuestra confianza en su bondad.
Esta buena M adre, decía D on Bosco,
nos tiene yá preparados sus favores; sólo
quiere que se los pidamos con todo co
razón y le prometamos ayudar y pro
mover las obras más conformes á la gloria
de Dios, honor suyo y salud de las almas,
en especial la educación de la^niüez pobre
y abandonada, como lo hacen nuestros
amados Cooperadores. Sí, invocadla con
fervor y confiad en que os concederá
toda gracia que no se oponga al bien de
vuestras almas.
íH Í H Í » m a ttH íW ítt« íW tt
Gracias de María Auxiliadora
Eficacia de una novena. — Adver
tida cierto día de que una amiga mía se
hallaba desahuciada y que, recibidos ya los
últimos sacramentos, había declarado el mó
dico que no vería el alba del día siguiente,
ñií á verla en el acto, y acompañada de sus
dos hijas comenzamos como supremo recurso
una novena al Sagrado Corazón de Jesús y
ú María Auxiliadora para obtener la cura
ción de la enferma.
A poco se notó un cambio admirable: el
módico quedó maravillado al notarla muy
mejor al día siguiente, y en breve recobró
enteramente la salud.
La madre y sus hijas me ruegan dé publi
cidad á esta gracia de María Auxiliadora.
B e a t e iz N e g r i.
Biella, 13 d© mayo de 1S89.
««
]\Inria conserva una madre á sus
liijios.— Una señora llamada Teresa Ghiozzo
hacia pocos días que liabía quedado viuda
cuando cayó enferma de fiebre tifoidea y,
según los doctores, la muerte parecía inmi
nente. ¡ Qué desgracia! tenía cinco hijos y era
menester resignarseá dejarlos enlahorfandad.
— 67 —
Mas animada á confiar en Marín Auxilia
dora, pusiéronle una imagen suya que tenía
escrita en el reverso una jaculatoria de puño
y letra de Don Bosco.
¡ Oh prodigio! Pasadas cortas horas, cesa
la fiebre y la enferma entra en convalescencia. Aquello era humanamente inexplicable.
Ahora, completamente sana, bendice á María
j publica la gracia alcanzada por su omnipo
tente intercesión.
E. O. de Moirano.
6 de jimio de 1889.
**•
Liberación de una plagan de lan
gostas. — Amadísimo Sr. Don E u a : Las
langostas son uno de los más terribles azotes
de este país. Vienen de los bosques del
Brasil y Bolivia en tan gran copia que forman
por leguas enteras una densa nube que cubre
el sol, y al detenerse en un lugar no dejan
ni una hoja, ni asomo de verdura, que roen
hasta las tiernas cortezas de los árboles.
El año pasado con venir á Paisandú la
redujeron á la miseria. Temíase en este ano
una invasión semejante. La familia del ge
neral Borges que allí tiene grandes propie
dades había ya por precaución hecho colocar
acá y allá grandes montones de hojas y heno
para prenderles fuego y ahuyentarlas con el
humo.
Pero ¡cosa inaudita! Una tarde aparecen
á lo lejos y avanzan con tal rapidez que
causaba asombro y hacían desfallecer todo
esfuerzo. Aquellos insectos llegaron á cebarse
en las mieses, prados y frutos como un ejér
cito devastador, y la familia se encerró en
BUcasa para no presenciar semejante de
sastre.
Pero ocurrióle una feliz idea á una de las
hijas de la familia. Toma una imagen, la
manda colocar sobre un árbol y luego, unida
á sus compañeras, todas se encomiendan á
María Auxiliadora á fin de que libre aquella
tierra de tan inevitable destrucción. ¡ Oh
bondad de María! A la madrugada del día
siguiente no se veía ya ni una langosta: no
habían tocado ni una mata, ni una flor. El
milagro era patente. Todos aquí han que
dado maravillados en extremo, y para que
se aumente en los fieles la confianza en María
le envío esta breve relación.
De U. afmo. hijo
L u is L a sa g n a
Presbítero.
Uont«TÍdeo, 9 de diciembre de 1891
El Católico dek ilnstrarse en su fe
U n gran problema se ofrece hoy á la
humanidad. U na plaga inmensa de males
intelectuales y morales invade al m undo
y hace presagiar espantoso porvenir. Si
tantas desgracias deploramos ya de per
sonas que han recibido educación cristiana,
¿ qué no deberemos tem er de la juventud
que va formándose, viciado el corazón y
pervertido el juicio con las fa lsa s, ne
fandas y subversivas doctrinas de las
sectas impías, enemigas declaradas de
Dios y su religiout Es pues u n asunto
del mayor iuterés y por decirlo así de vida
ó m uerte el que debe resolverse en nuestra
época; éste es el de infundir ideas pro
fundamente cristianas á la generación
presente: es m enester que todo católico
se afirme en su fe, y eduque ó instruya
cristianam ente á la niñez. H é aquí el
problema capital y la cuestión más alta
y noble por excelencia.
P o r u n a parte no cabe duda que el
porvenir de los pueblos pertenece á la
ju v e n tu d ; por otra es bien manifiesto
que sólo de las enseñanzas del divino
Redentor emanan las puras costum bres,
únicam ente en ellas se apacienta colma
damente el alm a, se produce la paz de
las familias y la felicidad de todas las
clases sociales.
Mas ¿qué medios emplear para conse
guir tamaños bienes? L a razón y la ex
periencia enseñan que el más seguro es
la ensefiauza del Catecismo, código su
blime, y de incomparable verdad, < ma
gnífica síntesis que explica todos los enig
mas, disipa todas las dudas, rebato todas
las dificultades, lazo misterioso que une
al hombre con Dios, el cielo con la tierra,
el tiempo con la etern id ad ; y todo esto
sin esfuerzo de palabras, sin am bajes,
con suma claridad, de tal modo que
basta tener oídos para escuchar y cora
zón dócil para creer y amar. »
Ni Sócrates, ni Platón, ni sabio alguno
de la antigüedad vislumbró una obra
semejan te.
Es por tanto indispensable dar á este
estudio la importancia que m erece, que
no hay otro más útil n i más necesario,
como quiera que es el fundam ental, el
áncora de salvación, la antorcha de luz
para alum brar nuestro camino, disipar las
tinieblas amenazadoras y permitim os en
trever tiemi>os mejores.
—
68
*•
Desde el origen del C ristianism o, los
mayores santos y los genios más ilustres
se consagraron con particular diligencia
á la enseñanza del Catecismo. Orígenes
era catequista en A lejandría, San Cirilo
en Jeriisalón, San A gustín, sin hablar de
los demás Santos Padres de la Iglesia, lo
fué insigne, tanto de palabra como por es
crito; para San Carlos B orrom eo, San
Francisco de Sales y otros mil ensenar
el Catecismo era su trabajo de predi
lección. Pero ésta no lia sido obra exclu
siva de los eclesiásticos, que también
muchos seglares de gran doctrina y piedad
han hecho lo mismo. El sabio Gersón^
Alejandro V olta y De Maistro tenían a
rancha honra hacer el Catecismo.
Los incrédulos mismos, aun más cínicos,
reconocen la importancia de este estudio.
Así D iderot. uno de los corifeos de la
filosofía impía del siglo x v i i i , sin atra
verso á confiar á nadie la educación
de su hija de diez a ñ o s, se encargó de
enseñarle personalmente el Catecismo.
Cuéntase que M. Beauzé, amigo suyo, le
sorprendió en cierta ocasión daudo_ tales
lecciones: ¡Cómo, exclamó, tú ensenas el
C atecism oátu hija! ¿Te estás burlando?
— Y D iderot, que quería ser impío con
sus am igos, pero no en presencia de su
hija, arqueó las cejas y respondió seve
ram ente : Si yo conociese un libro mejor
para hacer de mi hija una niña respetuosa
Y tierna, buena mujer y digna madre, se
io enseñaría; pero, á la verdad, que no
conozco más que el Catecismo que le
pueda enseñar todo esto.
Sin hacer mención de otros m uchos,
baste recordar que Napoleón I enseño
pacientemente el Catecismo durante dos
unos consecutivos á la hija del incrédulo
general Bertrand. Y, por fin, Troplong,
célebre presidente del Senado y Tribunal
supremo de P a rís , cuando cu punto do
m uerte se disponía á recibir los últimos
sacramentos, d ijo : Dcspaés üe haber leído,
estudiado // í'írido mucho, reconozco que
nada hay más hermoso, verdadei'o y admi
rable que el Catecismo.
• m
¿(Jué razón podrá entonces alegarse
para arrinconar si no para desterrar esto
libro? ¿Tenéis hijos? — líecordad el
deber que el Señor os impone de ins
truirlos, dice el Eclesiástico. Grande, muy
grande es vuestra responsabilidad. « ¡ Oh,
-
vergüenza! exclama San Ju a n Crisósto m o ; no se ahorra dinero jiara fertilizar
un cam po, para la comodidad de una
habitación, para el regalo de la mesa, el
esplendor del carruaje y hermosura de
los caballos; y no se quiere hacer gasto
alguno para que los hijos lleguen á ser
más cristianos y morales. »
Gracias al Cielo, no faltan buenos ca
tólicos que, estimando en lo que vale la
santa obra de que hablam os, se con
sagren á ella con celo y constancia dignas
del mayor aplauso. Su ejemplo merece
ser im itad o : no se diga que faltan los
medios, que una vez jniesta mano á la
obra la caridad cristiana los suministra.
También en este punto son de aplicarse
las palabras del Señor: Buscad ;prmera
mente el reino de Dios y su justicia, que lo
demás se os dará %)or añadidura. Alién
tenos la exhortación del inm ortal Pontí
fice Pío I X : Os recomiendo la niñez y la
juventud; cultivad con grande esmero su
educación cristiana. Y luego la no menos
ardiente de Su Santidad León X III:
Redoblad vuestras fuerzas áfin de apartar
d la niñez y juventud de la corrupción
é incredulidad y preparar asi una nueva
generación.
Breves indicaciones
para la enseñanza del Catecismo.
L a buena instrucción del niño depende
princijialmeiite do su preceptor ó maestro.
L a infancia no sabe resistid á quien pro
cura diligentemente ganarle el corazón.
La naturaleza ha dado á las madres una
ternura inefable, una voz y u n a mirada
que expresan toda la pasión ^del amor y
que les iiermite insinuarse con indecible
encanto en el ánimo de sus hijos.
El catequista hace las veces de padre
y madre, sin olvidar que el secreto para
cautivar las alm as, hacer germ inar en
ellas los más delicados sentimientos cris
tianos y llevarlas á Dios es el afecto, la
benevolencia y dulzura. B l mundo será
de aquel que más le ame y mejor sepa de
mostrárselo.
P ara que la instrucción sea eficaz, con
aquel mágico poder que obra maravillas,
es menester que el catequista sepa darse
á entender do los niños y les haga agra
dable, á manera de im pasatiem po, la
enseñanza religiosa. Xo es esto ta n sen
cillo, que se requiere gran celo y esfuerzo.
— b'j —
Los mejores maestros, los obispos más
eminentes aconsejan singular estudio
previo. Mas como aunque el hombre
plante y riegue, sólo Dios da el incre
mento, "es preciso ante todo acudir á Él
por la oración.
Es de suma im portancia:
1® Entretener la atención de los niños
con frecuentes y variadas preguntas; que
debiendo ellos h a b la r, es fuerza que
ag;ucen el ingenio y reflexionen más de
tenidamente sobre lo que se les j enseña.
Sería de desear que ningún niño al con
cluir la instrucción pudiera quejarse de
no haber sido interrogado.
2“ Exponer la verdad del modo más
claro, sencillo y preciso, abundando en
hermosas comparaciones, parábolas y bien
excogidos ejemplos.
3“ No divagar en cuestiones meramente
especulativas, y sí prestar particular aten
ción á lo que toca á la vida p rá c tica ,
como, V. gr.: del modo de resistir á las
tentaciones (hablando con suma prudencia
y discreción sobre cuanto ofenda la virtud
kgelica), de cómo deben huirse las oca
siones de pecado, de la manera de practicar
la obediencia, santificar el trabajo, apro
vechar el tiempo, etc.
•4“ Dar cierta novedad á cada ins
trucción : un certam en, una fiesta, un
paseo, etc., son cosas que atraen m ul
titud de niños; una instrucción por medio
de diálogo suele ser interesantísima. No
debe perderse de vista que con j>rodigar
los premios y aplausos se disminuye su
estimación ó importancia.
5®No cansar con largas instrucciones,
<iue los niños pronto se distraen y fasti
dian, y entonces en vez de ganar se
pierde con retenerlos demasiado tiempo,
aunque sea para enseñarles las cosas más
importantes y sublimes.
0° Recomendar encarecidamente á las
familias, por medio de circulares, cartas
y anuncios la cooperación á esta santa
obra.
7" Dar la mayor solemnidad posible á
la fiesta de la prim era Comunión (1).
No es fuera de propósito recordar el
hecho siguiente: U n buen párroco se la
mentaba un día de que los niños no acu
dían á su iglesia para la enseñanza do
minical del Catecismo. Recibió entonces
Qn consejo no menos sencillo que eficaz:
(1) Véase el I I a x ü a l d e l a P iíim f e a C om u Fresbítero Saicsiano Camilo Orlúzar, del
tomamos estas iudicaciones.
Organizad, se le dijo, una feria ó lotería
expresamente para los que hayan sido
asistentes al Catecismo, i Qué costaba
en efecto regalar algunos puntos ó billetes
convertibles en libros, dulces, juguetes ó
pi;endas de v estir! No obstante aquel
consejo fué como u n secreto m ágico: al
cabo de pocas semanas era ya tal la con
currencia al Catecismo dominical que el
párroco necesitó buscar nuevos colabora
dores y llamar en su ayuda á las H ijas
de María.
Mons. Riccardi, Arzobispo de Tarín
Su.cesor dcl Em.® C ardenal A lim onda
El 27 de Marzo, cuarta dominica de cua
resma llamada, vulgarmente Dominica Letare á causa de que la misa que en ella se
celebra comienza con la exhortación de San
Pablo Alégrate y 'cistete de fiesta, la Iglesia
de Turín, viuda con la muerte de su doctí
simo y no menos santo Arzobispo, se enjugó
el llanto y vistióse de gala para recibir con
entusiasta alegría al ilustre Monseñor David
Riccardi antes Obispo sucesivamente de Ivrea
y de Novara.
Ya Monseñor Riccardi había dirigido una
carta pastoral de gran mérito y llena de ter
nura á los fieles de su nueva grey. Decía
en ella que cuando el Sumo Pontífice le
llamó al Arzobispado de Turín se sintió en
extremo conmovido y confuso. Pasó una
noche en agitación, luego celebró la santa
Misa, al fin de la cual se ofreció á Dios y
le dijo: « El Papa me llama, sois, pues, vos
Señor, quien me llama, y obedeceré. » Estas
sencillas pero elocuentes palabras que reve
laban la mente y corazón del ilustre Prelado
encendieron pronto el deseo de conocerle y ofrecerle las expresiones más vivas y sinceras
de respeto, amor y fidelidad. Por esto el día
de su llegada fué de expansión y regocijo.
Por nuestra parte nos congratulamos muy
de veras y damos á Monseñor Riccardi la
más cordial bienvenida. Qué su residencia
en esta arquidiócesis sea un manantial de
paz y rehgión, y que con su i>iedad y celo
consuele á la Esjjosa atribulada de Cristo.
Bendiga Dios los trabajos de su apostolado
de modo que á cada dolor acompañe mayor
consuelo y siga á cada combate un triunfo*
— 70 -
La cúpula del santuario
de María Auxiliadora en Tuno.
Huchas son las personas de Turín y extraineras que continúan visitando la iglesia
«le Slaría Auxiliadora, ya para orar en el
santuario devoto y bendito, ya para admirar
la elegante ornamentación recientemente lleva<la á cabo. Todo os allí digno del estudio
mm de los más hábiles artistas ; y si muchas
son líis obras maestras que merecen especial
mención, nos concretamos ahora á dar un
vienen en seguida al rededor grupos á caal
más digno de atención: San Francisco de
Sales, San Carlos Borromeo, San Felipe
Neri, San Luis Gonzaga, San Basilio, Santa
Teresa de Jesús, San Juan Bautista y otros
patronos de las principales Casas Salesian a s, todos los. cuales parece que invocau
la intercesión de María. Allí se ve San
Juan de Mata, fundador de la Orden de
la Santísima Trinidad, y cuya eroica vir
tud mereció los elogios más entusiastas de
los mismos impíos, inclusive el cínico Voltaire.
Allá está San Pedro ^olasco, fundador de
¥ons. Eiccardi ai’z. de Turín.
grabado do la parto de la cúpula que mira
ul altar mayor, y el cual es como la conti
nuación del que ilustró nuestro Boletín del
mo.s próximo pasado.
Esta cúpula, con nueve metros de alto y
diez y siete de diámetro, pintada al fresco
l>or el célebre maestro Bollini, antiguo dis
cípulo de Don Bosco, no es otra cosa que
la historia del culto de Alaría Auxiliadora.
La Santísima Virgen con su divino hijo en
brazos, y sentada en un trono, tiene á San
José á su derecha y á San Miguel á la iz
quierda ; luego acá y allá ángeles, arcán
geles, coros, multitud de bienaventurados;
los Mercedarios por inspiración de María, y
á su lado uno de sus más ilustres compa
ñeros San liamón jSTonato. Acá tenemos nii
cuadro acabado que representa la victoria
de Lepante; allá otro no menos primoroso
recuerda la liberación de Viena. A un lado
está el gran Pontífice Pío VII, quien, hecho
prisionero por Napoleón, recobró la libertad
mediante la protección de María Auxiliadora.
A otro lado está la Pía Sociedad Salesiana:
Don Bosco, Monseñor Cagliero, las Hijas de
María Auxiliadora, varios misioneros rodea
dos de patagones y fueguinos que expresan
la gratitud á sus bienhechores. Si es nota-
— 71 —
M
§
k1
pá 0
o K
Q
<í -IS
1/i
0
X h>
D O
+>
ffi
a*
0)
W
Q o
Pi
p:
c6
f3
<
D O
EZ (&
<¡
CO 0)
•tí
rt
rj
Ü
Pk
— 72 —
ble en gran manera cada grupo, el conjunto
es majestuoso y sorprendente.
y es circunstancia digna de indicarse: esa
cúpula iuspii'a singular devoción; al fijarlos
ojos en ella uno se siente sobrecogido de
cierto piadoso sentimiento como delante de
magnífico altar, en que atrae sobre todo con
la bondad imis tierna la imagen preciosísima
do María Auxiliadora.
•^Jl!
l i l i III
m iiiiü iiiiiiiiiu ii n > ^
NOTICIAS ÜE NUESTRAS MISIONES
C lo lo in b i» .
lln sacerdote salcsiano al servicio de ios leprosos.
Es ya tiempo de hablar de la generosa
resolución tom ada por el misionero salesiauo li. P. Miguel Unia. L a correspon
dencia que publicaremos sobre el particu
lar bastará i^ara el conocimiento exacto
de su heroico sacrificio.
Oonvione prim eramente advertir que
como el año próximo pasado viniera de
Bogotá el E. P. Evasio Eabagliati, D i
rector de la Oasa Salesiana establecida
en aquella capital, encargóle nuestro Eecto r Mayor Don E ua que, en llegando de
regreso á América, visitase á Méjico á fin
do tomar las medidas del caso sobre la
aceptación do una casa que de años atrás
se tiene destinada á los Salesianos.
De vuelta el E. P. Eabagliati en Bo
gotá, se le ofreció tan gran trabajo en la
iglesia de N uestra Señora del Carmen
confiada á la atención de los Salesianos
que juzgó no poder auseatai*se, sin grau_
perjuicio de los fieles, ni siquiera por
pocas semanas. Escribió en consecuencia
á Don E ua para (pie en caso do no po
derse diferir semejíinte viaje se sirviera
m andar algún otro sacerdote en su lugar.
Aprobó Don Eua las razones de Don
Eabagliati y micargó al E. P. 3íiguel Unia
Prefecto do la ('asa Salesiana do Bogotá
la comisión que á Don E abagliati no le
había sido dado efectuar. Añadíale que
si visitando la casa ofrecida en Méjico
juzgaba CA)nveniente aceptíirla, (piedara
allí como Director de ella esperando nue
vos auxiliares de la Casa de Turín.
M ientras esta respuesta iba en camino
llegaron á Don Eua las dos cartas si
guientes :
Inspiración y generosa resolución.
Bogotá, 18 de agosto de 1891.
E bvmo. Se . D on E u a :
El Señor se ha dignado favorecerme de
un modo singular, pues me concede una
gracia muy señalada con inspirarme el deseo
de consagrarme al cuidado espiritual de mul
titud de pobres leprosos confinados entre las
montañas de esta Eepública á fin de que su
mal no contagie á su conciudadanos y los
libre de temor.
¡ Cuán infelices son! No menos de seicieutas personas desterradas del suelo natal
hállanse en el Lazareto de Agna de Dios ú
tres jornadas de Bogotá, sin relación alguna
con parientes y amigos, que á deshonra tie
nen hasta escribirles, y, lo que es aún más
doloroso, sin un sacerdote que las aliente con
los consuelos de la religión, únicos capaces
de hacerles sobrellevar resignada y pacien
temente su desgracia.
Pensando en la tristísima condición en que
viven me asaltó una feliz idea que acarició
luego el corazón. ¿Y si yo fuera á servirles
de padre? Me sentí por un momento sobre
cogido de temor, pero no tardó en serenarme
y pensar con madurez sobro este punto.
Mucho , mucho meditó en ello , y mientras
más lo reflexioné me sentí más dominado por
esta idea, y más movido á realizarla. Sólo me
faltaba el consentimiento de mi Director.
Cuando le expuse mi súplica, pareció horro
rizarse. Si se tratara de exigirme á mí se
mejante sacrificio, me dijo, confiando en Dios,
lo aceptaría gustoso j pero exponer á peligro
de no lejana muerte á un hermano, eso no.
— No se trata de que me expouga á peli^ o alguuo, sino de que condescienda con
migo, esto e s , de que me permita seguir el
deseo á que me arrastra el corazón.
Me oyó hablar y cayó. — Piénsalo bien
antes de decidirte.
— Lo he pensado muy detenidamente.
— Piénsalo aún varias semanas y después
hablaremos.
— Yo no podía estar tranquilo. Cada día
iba á mi Director á hablarle de los leprosos
de Agua de Dios.
Por fin me dijo: — Basta, si te sientes con
tanto valor yo no i)uedo impedir que vayas
á ejercer la caridad entre aquellas almas.
4Pero cuándo quieres partir?
— Lo niá.s pronto posible.
— Bien; te permito ir á consolar á los le
prosos de Agua de Dios y permanecer allí
hasta que nuestro Eector Mayor Don Eua
determine definitivamente. Dios bendiga tu
resolucióu.
Difumlióse sin demora la noticia por la
ciudad, y pronto recibí un despacho de la
Curia en el cual se me extendía el título de
capellán de Agua de Dios. Este nombra-
—
V 3
'miento es la confirmación de que Dios me
llama á aquel lazareto. Vinieron en seguida
mnltitud de amigos que creyendo me hu
biera vuelto loco tratebau de disuadirme;
pero hubieron de convencerse de que soy de
cabeza dura y me dejaron tranquilo. Llegaron
i, su vez los médicos, quién á sugerirme una
precaución, quién otra. Ya veré allá lo que
será posible y conveniente poner en práctica.
Antes de partir le escribo á T7d. Sr. Don
Kua rogándole no contraríe un llamamiento
que creo firmemente de Dios. No piense en
mi vida: no despreciaré ninguna de las sa
bias medidas aconlsejadas por los buenos
amigos, añadiré las que la experiencia me
enseñe, y si con todo Dios quiere que aque
lla fatal enfermedad me acometa, É l que me
habla al corazón me dará paciencia para so
portarla y habré de felicitarme de haber ser
vido al Señor en la persona de tantos infe
lices. Esos leprosos son almas redimidas como
todas las demás con la sangre de Nuestro
Señor Jesucristo, almas las más desgraciadas
del mundo, porque á más de los padecimien
tosfísicos mucho sufren moralmente con verse
abandonadas, sin sacramentos ni sacerdote,
ni más ni menos que los salvajes de la tri
bus no evangelizadas de la Tierra del Fuego.
Emprenderé viaje en esta semana y espero
celebrar la santa Misa entre los leprosos de
Agua de Dios en los primeros días de se
tiembre. No tardaré en darle noticia de mis
nuevos amigos, y allí esperaré su respuesta
que confío sea afirmativa. Entre tanto me
encomiendo en sus oraciones y tenga á bien
darme su bendición.
Suyo afino, hijo y siervo
M ig u e l U n ía
Presbítero.
Entre ios leprosos. —
Primeras impresiones.
Agua de Dios, 28 de agosto de 1891.
K e t m ü . S e . D on E u a :
{Qué impresión habrá producido en el
ánimo de Ud. mi inesperada carta del 18 de
los corrientes ? ¡ Don IJuia entre los leprosos!
Dos días hace que he llegado á Agua de
Dios. Me siento bien. ¡ Qué hermoso lugar I
Es un vasto anfiteatro circundado de montes
y colinas deliciosas, de espesos bosques y
frescos prados. A la verdad que es encan
tador. El suelo es feroz y su cultivo pro
mete abundante fruto. ¡ Pero qué esperanza!
Ifadie se acerca por acá, que se tiene vivo
miedo á la lepra. ¡Ave María! Si tiemblan
á la vista de un leproso y no se quiere ni
. oir el nombre de esta peste. Quien llega á
lazareto es objeto de pública abomina
ción. No e s , pues, fácil volver á Bogotá, y
luego tres días á muía con mil tropiezos y
bajo un sol de derretir las piedras no es cosa
de paseo. Añádase todavía al menos una
—
docena de cuarentenas para salvar los muros
de la capital y ya se adivinará si es de ape
tecer ir á dar una Auielta en poblado.
Gracias á Dios, mi viaje fué felicísimo. El
recibimiento fué de lo inás conmovedor. A d
vertidos de mi arrivo los vecinos estaban
desde temprano en movimiento. Eran las 11
de la mañana, la hora de mayor calor, y no
obstante todos los que podían dejar la cama
quiénes á pie, quiénes á caballo salieron en
tusiastas á mi encuentro. Las lágrimas se
me saltaban al ver entre los demás un cen
tenar de niños con pequeíTas banderas y un
grupo de niñas vestidas de blanco con pal
mas y llores en las manos, todos cantando
himnos de alabanzas á Dios por mi venida.
Pero lo que sobro todo me partió el cora
zón fué ver los leprosos á quienes la en
fermedad no Ies permite siquiera abando
nar el lecho. ¡ Pobrecitos! Son más de cin
cuenta que apenas parecen seres humanos.
No pocos están hechos una llaga de pies á
cabeza: son como esqueletos en putrefacción.
A uno falta un brazo, á otro una mano, ó
un p ie ; ya se presenta uno sin narices, ya
otro sin orejas... ¡ las carnes se les caen á
])edazos... I y me dicen que algunos viven
diez y más años en tan lastimoso estado.
Ante tamaño infortunio y desolación sentí
que se me oprimía el corazón y quedé como
alelado. Pero aquellos infelices parecían re
cuperarse al verme: advertíase en su sem
blante un no sé qué de insólito en el que
sufre indeciblemente; con la sonrisa en los
labios, la vivacidad de los ojos y cierto mo
vimiento de sus cuerpos llagados manifesta
ban su contento por mi venida. Sentí gran
consuelo, y cobrando valor hice un saludo
especial á cada uno. Esto bastó para que
todos en la manera posible prorrumpieran en
expresiones del más sentido agradecimiento.
¡ Oh , almas hermosas ! bien comprendo
vuestro dolor. Aquí me quedaré con voso
tras ; he venido á compartir vuestras penas
y sufrimientos, á alentaros á soportar con
paciencia vuestra desventura, os traigo los
consuelos del Cielo. Espero no separarme
nunca de vuestro lado.
Querrá Ud. saber qué hago en este laza
reto. Es menester comience por advertirle
que entre leprosos, convalescientes y sano.s
viven aquí más de mil doscientos personas.
No habiendo más sacerdote que yo, debo
atender al bien de todas estas almas, cele
brar la santa misa, administrar los santos
sacramentos, ■visitar á los que sufren, con
solarlos y enseñar el catecismo á los niños
en lo cual me ayudarán varios señores en
fermos bien iusánídos. Trabajo no falta, y
hay más que suficiente para entretenerme en
el lazareto de Agua de Dios durante toda
mi vida.
Si me viene la lepra, lo que Dios no per
m ita, si bien mucho sentiré no poder cele-
m
— 74 —
“b rar el santo sacrificio, siempre me será po
sible confesar y consolar á los demás.
Me siento feliz entre los leprosos. Es ver
dad que sufro un poco el gran calor, ordi
nariamente de 30 á 35 grados centígrados’;
pero ya me habituaré, y con la ayuda de Dios
espero mantenerme siempre digno hijo de
Don JioHco y de TJd. Sr. D. E u a , aun en
esta nueva ocupación. A este fin me enco
miendo al Señor y en las oraciones de estos
pobres enfermos, que sin duda alguna serán
bien gratas al Cielo.
La habitación que me han asignado, se
parada de las demás, consiste en dos cuartos
al nivel do la tierra, como son todos los pa
lacios do esta población, y cubierta de hojas
de palma, por'entre las cuales fácilmente
pueden pasar las aguas lluvias; pero esto
no vendrá mal en los calores que se pade
cen. naii puesto á mi servicio un buen mu
chacho que me trae de comer dos veces al
d ía , precisamente como el cuervo lo hacía
con el santo ermitaiío. El pan es duro por
que no es fruta do esta tierra, sino que se
trae de Bogotá. El agua, en contradicción con
el nombre del país, parece agua del infierno:
se acarrea á lomo do m uía, de un paraje
distante. Con todo es una delicia bebería.
Ahora están preparándome una pequeña co
cina á lili do que el niño de que le he ha
blado me acompañe de firme. Si Ud. Señor
Don Eua me lo permitiera yo llamaría mi
vivienda la Familia Salesiana de Agua de
Dios.
Termino, Sr. Don Eua, poniendo toda con
fianza en la gran bondad de su corazón, que
se dignará aprobar la resolución tomada y
gozará con saber que estos infelices revi
ven con los consuelos de la Eeligión.
Protestándole la más absoluta sumisión á
sus órdenes soy de Ud.
Fevmo. y o;fmo. hijo en J .
SUPLICA DE LOS LEPROSOS
A l M. M. Fon Miguel Rúa Superior de la sagrada
Orden de los M. M. R . R . Padres Salestanos.
Turin.
Lá civilización cristiana transformando la
faz del mundo prodiga al Nuevo Contineme
incomparables beneficios : conduce de aHende
los mares una parte de la Orden de los ER.
PP. Salesianos á Colombia para adelanto <le
la Patria y como delicado presente del Al
tísimo para el infortunado y menesteroso.
Inspirado por la Providencia y movido por
la Caridad, uno de los ilustres, miembros de
esta Comunidad, el M. E. P. Miguel Unia,
se dirigió á este Lazareto con el elevado
propósito de ejercer su santo ministerio en
esto asilo del dolor.
Desde el día feliz de su arribo á este Es
tablecimiento, parece que se operó una me
tamorfosis saludable y que tenemos nueva
vida. Nuestro Capellán que ha atesorado en
su alma y en su corazón virtudes excelsas,
las pone en prática con dulzura patriarcal
para consolar y fortalecer al desgraciado. Sa
alma angelical y corazón sublime, buscan el
lugar donde se halla el dolor en sus mani
festaciones supremas, porque allí se encuen
tran en su elemento ejerciendo la caridad con
amor evangélico, procurando consuelos y ca
ricias á los afligidos.
El nombre del E. P. Unia simboliza amoi
y caridad, se pronuncia con cariño y vene
ración hasta en la más humilde choza; en
Bogotá, capital do la Eepública, se le con
sidera como un héroe que ofrenda su vida
en ara.s de la Caridad, se le admira, y no
muy tarde será universal la fama de este
piadoso Ministro, porque la virtud eu un
gríido superlativo tiene que ser conocida en
todo el orbe, como la luz del sol se esparce
por el globo.
Como en Bogotá averiguó donde pudiera
M ig u e l U n ía
ser
más litil y procurar mayores consuelos
Presbítero.
á la humanidad doliente, se informó que on
este asilo el dolor reunía sus víctimas, solí
• •
cito se dirigió á ser nuestro Angel Tutelar;
Cuando recibió Don Eabagliati la men una vez aquí también eligió el lugar donde
hiciera sentir con más rigor el peso del
cionada respuesta de Don Eua, creyó que se
infortunio, y encontró el hospital que es su
hubiera ya tenido á la vista la primera de lugar de predilección, pues visita á los en
estas cartas que iba también acompañada de fermos diariamente tres veces, les ofrece el
una suya en favor de semejante solicitud. sauto sacrificio de la Misa el lunes y admi
Comunicó, pues, ininediatameute á Don Unía nistra los sacramentos con santa unción, y
consuela y escita á la resignación con ca
la órden do partir á Méjico.
A la noticia de ésta resolución el dolor riño paternal.
Sorprende el desprendimiento que tiene por
filé universal. Don Unía contristado profimdamente en su ánimo, dispúsose á someterse los bienes terrenales y la ninguna importauque le da al sacrificio que se ha im
á la obediencia, más acepta á Dios que el cia
al venir al Lazareto, y á las priva
sacrificio, y se dispuso á partir. Pero no po puesto
ciones á que se ha sometido, así como 1»
dían resignai’se del mismo modo los pobres impavidez con que mira la enfermedad hasta
enfermos, los cuales escribieron, al punto á en sus últimos períodos.
Don Eua la súplica siguiente:
En nombre de la imperiosa necesidad quo
ip
— 75 —
el alma siente de fortificar sus creencias y
de cultivar las buenas disposiciones con que
ha sido dotada y por medio de su práctica
aproximarse á su Criador, os pedimos hu
mildemente que, como Superior de la Orden,
conservéis ou el Lazareto á nuestro dignísimo
Capellán, porque hemos sabido con profundo
dolor, que se pretende trasladarle á Bogotá,
áreemplazar al M. E. P. Superior Evasio Eabagliati.
Al alejarse el M. E. P. TJnia de nosotros
volarían con él nuestras más caras esperan
zas y risueñas ilusiones; nos prometemos
que con su permanencia este lugar ade
lantaría notablemente, porque la sociedad lo
mismo que el Gobierno y la Junta General
de Beneficencia, que rige este plantel, están
dispuestos á atender todas sus indicaciones
las cuales tienen por objeto mejorar nuestra
triste condición.
Debemos haceros presente que hoy el E. P.
TJnia es el consuelo de 620 infortunados y
que dentro de poco tiempo lo será de 1500
quel el Gobierno ha resuelto reunir en esta
localidad.
Confiamos en vuestro justo criterio y en
la piedad de vuestra alma, que se resuelva
favorablemente nuestra súplica y ya que no
tenemos la salud del cuerpo se nos propor
cionen los consuelos del espíritu, para tener
el placer de bendecir á nuestros bienhechores.
Imploramos la indulgencia y bondad de
vuestro carácter por-nuestra importunidad,
y con respeto nos suscribimos vuestros ad
miradores y amantes hijos.
Kepáblica de Colombia, Lazareto de A ^ a de Dios,
á 17 de octubre do 1891.
Angel M. Gaitán E., Antonio Gutiérrez
Perez, César E. Eojas, Eafael Salgar,
Eafael Millán, Darío Forero, Alejan
dro Eouderos, Alejo García^ ^edro
Galvis , Eudoro Valdez, Crisóstomo
B autista, Jesús Bemales, Telésforo
Eojas, José M. A ya, Eustaquio Sán
chez, Nemecio Lee, Eladio Parra M.,
Ignacio Santos, I. Duarte, Daniel Nieto,
Elias Quiñones, Emperatriz Quiñonez,
Eeinaldo M. Lee, Clementina Quiño
nes, Joaquín Bravo, Emilia Moreno,
Feaerico E eva, Lettcia Franco G .,
Teresa Franco G ., Gabriel Euiz C.,
Aurelia O. de Euiz, Soledad Euiz E.,
Heraclio Forero F., Josefa L. de Fo
rero, Eafaela Soto, Carlos Navarro,
Enrique Aguilera, Fidelia G. de Val
dez, Jesús Teleche, José M. Montero,
Francisco Borrá S ., Tomás D. Sán
chez , José Enrique P a rra , Emilia P.
de B ern ^, Mercedes P. de Sánchez,
César E. Eojas, María di G. Guevara,
Dionisio Araos B.. Feliciana Fajardo
de González, Jesús Torres, Eamona
M edina, Mercedes Medina, Enrique
Barrera, César Bernal, Eamona Var
gas, M. de Jésús Eamirez de E.
Don TJnia escribió la siguiente carta antes
de abandonar á la familia adoptiva por la
la cual sentía ya tanta afección.
El hijo de la obediencia.
Agua de Dios, 14 do noviombro <lo 1801.
E e v m o . S e . D on E u a :
Contesto la apreciada de Ud. que ino or
dena ir á Méjico.
Soy hijo do la obediencia y por mucho
que sienta dejar esto lugvr, me someto do
buen grado á su disposición.
Sí, partiré y daró uu adiós á mis leprosos
disformes, repugnantes y horrorosos; poro á
quienes tengo pegado el corazón, porque
tienen un alma que siente, ama y sufre.
¡ Pobrés enfermos ! Cuánto les consuela mi
presencia, cuánto les alegran mis pobres pa
labras ; tanto necesitan de aliento cuando se
ven abandonados de todos, aun do aquellos
á quienes están ligados por el más estrecho
parentesco. Pero debo dejarlos, que así lo
manda la obediencia.
Sí, partiré. Me costará lágrimas esta se
paración , y no sólo á mí que comienzo á
encariñarme con los leprosos, sino á ellos
que en mí veían el dispensador de los dul
císimos consuelos do la religión católica, bál
samo sin par para el corazón que sufre.
¡ Paciencia! pues que estamos en un valle
de lágrimas.
Partiré. Y para que, al dar mi adiós á es
tos desgraciados, sea menos sensible su dolor
les dejaré una esperanza. I jos diré que, Dios
mediante, después de visitar á Méjico volveré
acá y ya no tornaré á moverme. Ooiiíio en
que mi muy amado D. Eua no permitirá que
falte á mi palabra, y qnetan luego como se
establezca la casa de Méjico lo mande un
Director y me permita volver á consolar á
mis queridos leprosos.
Partiré. ¿Pero cuándo! Si debiera seguir
los impulsos del corazón y escuchar las sú
plicas de estos enfermos no llegaría jamás
la ocasión. Mas la obediencia me exige que
parta y partiré. No me detendré más tiempo
que el indispensable'para desempefiar una
comisión anexa al cuidado de los leprosos,
es á saber una visita á la parroquia de Níh»
á donde por encargo del Sr. Arzobispo voy
cada quince días á celebrar, predicar y ad
ministrar los sacramentos. El domingo pa
sado anuncié á esos feligreses que volvería
el 22 do los corrientes y me detendría tre.s
días para celebrar la Conmemoración de loa
fieles difuntos, función solemne y muy c-onmovedora que todos celebran con una pia
dosa confesión y comunión. En tal circuns
tancia debo bendecir á la vez algunos ma
trimonios. Luego me despediré de los leprosos
de Agua de Dios. Ya preveo que aquello seiá
— 7G —
de partir el alma j pero la santa obediencia
me dará fuerzas para liecerme violencia y
resistir cualquier asalto. Volveré á Bogotá,
iré á Méjico ; pero mi pensamiento y corazón
quedarán aquí con estas pobres almas de
soladas.
Kevmo. Sr. Don Rúa, yo parto con la persuación de que no tardaré en volver. Los
leprosos son la porción que Dios me ha asig
nado, tal es mi destino y creo que IJd. con
vendrá en llenar mi aspiración.
Con esta esperanza en el corazón le ruego se
tenerue siempre como su muy humilde y ohediente hijo.
disponga que el Padre Unia, ese apóstol que
inspirado en la más sublime caridad, es hoy
el único consuelo de nuestros infelices le
prosos, quede entre ellos calmando sus crue
les dolores, impartiéndoles los Santos Sacra
mentos y preparando diariamente multitud
de almas, que sin su auxilio perecerían para
siempre, pero que gracias á él podrán, en
no lejano día, presentarse puras ante el Su
premo dispensador de la dicha eterna.
Tal vez halle 8 . R. un tanto extraño que
sólo hallemos aquí al Padre Unia para de
sempeñar la cristiana misión que él con ab
negación heroica tomó á su cargo. Pero de
M ig u k l U n ía
bemos explicar á 8 . E. que por desgracia el
clero ha escaseado aquí hasta el punto de
Sucordote.
que á duras penas alcanza para la cura de
• «*
almas en las numerosas parroquias de esta
Viendo los pobres leprosos que Don Unía, Arquidiócesis, de tal suerte que, á despecho
aunque muy á su pesar, se había resuelto a de su celo y mucha actividad, existen pue
dejarlos, para conjurar el peligro, di^z días blos que carecen de la instrucción y auxilios
antes de la partida pusieron por medianera de un párroco.
á Nuestra Señora del Oarmen y se encomen
Conocedoras de la inmensa caridad que
daron á ella con una novena de oraciones y llena el corazón de los hijos del grande y
comuniones. Al mismo tiempo enviaron á venerable Don Bosco, esperamos llenas de
Don Rúa el siguiente telegrama, recibido el confianza que 8 . R. atenderá los tristes cla
18 de noviembre de 1801.
mores de los seioientos leprosos del Lazareto
de Agua de Dios, y las muy respetuosas sú
R úa — Turín.
plicas de sus hijas en N. 8 . Jesucristo, las
* Uuia cai>elláu lazareto rogárnosle déje- que tanto aman la Institución Salesiana y
> noslo. Conteste. Enfermos. »
que piden á 8 . R. las excuse por la molestia
que puedan causarle, movidas tan sólo por
Con el mismo intento euviabáse á Don la importante gravedad del asunto que ponen
Rúa de Bogotá una ardiente súplica:
en manos de 8 . R.
En nombre de las dos mil señoras que
La Sociedad de San Lazaro
componen la 3“ Sección de la Sociedad de
San Lázaro nos suscribimos de 8 . R. de an
en favor de los pobres leprosos.
temano muy agradecidas hijas.
Bogotá, 25 de noviembre de 1891.
A l M. li. Padre JDon Rúa Superior de los
Salesianos.
Turiu.
Muy
respeta d o
P adre :
Al saberse aquí la orden de S. R. man
dando al amado Padre Unia se traslade á
Méjico, toda esta ciudad se ha conmovido
profundamente, como herida por un golpe el
más duro ó iusperado. Antes de pasar ade
lanto ha de saber 8 . R.^ que la mísera situa
ción en que se hallaban los mil y más leprosos
que existen en los dos lazaretos que hay en esta
República llegó á tal punto que, penosamente
impresionados todos los corazones caritati
vos, en pocos días se formó una Sociedad,
que se denominó de San Lázaro, cuya ocu
pación constante es allegar recursos y buscar
con.suelos para esos seres destituidos de todo
bien terreno. La tercera Sección de dicha
Sociedad se compone de Señoras, entre ellas
ligaran las damas más respetables de esta
ciudad. Todas, en número ya de dos m il,
nos dirigimos á S. R. para suplicarle de la
manera más encarecida revoque la orden y
La Presidenta
H o r t e n c ia L.
de
Suarez.
La Secretaria
J o s e f in a O s p in a
de
O ’L e a r y .
• •
Don Unia había determinado partir para
Bogotá el domingo 29 de noviembre. En tal
ocasión, según las noticias que de él hemos
recibido, ocurrieron escenas desgairadoras.
Como autorizado por el Rmo. Sr. Arzobispo
celebrara dos misas los días festivos, en la
primera que dijo aquella mañana distribuyó
numerosas comuniones, y después de la se
gunda bendijo un nuevo cuadro de San Lá
zaro, recuerdo de su primera estancia entro
los leprosos. Al retirarse á la sacristía todo
el mundo prorrumpió en llantos y gemidos,
ayes y sollozos atronadores en la iglesia.
Para hacer cesar tan dolorosa escena y tran
quilizar á aquellas almas angustiadas, Don
Unia entró allí, y sobreponiéndose cuanto
pudo les habló no ya para darles un adiós,
sino para asegurarles que no tardaría en
volver. Pero ellos deseaban oír lo que él no
podía decirles, esto es, que no partiría: re
doblaron el llanto y las súplicas, le siguie
ron á la sacristía, á la casa, en el camino
que tomaba hacia Bogotá sin cesar de ex
clamar : Piedad, misericordia, no nos aban
done, quédese con nosotros...
No es posible expresar la impresión que
dominó á Don TTnia en tales circunstancias;
pero ni una lágrima corría por sus mejillas;
su corazón estaba oprimido y como petrifi
cado. Montado en su muía toma el camino
de la obediencia : la multitud lo sigue, los
clamores no cesan, ocurren las escenas más
tiznas y patéticas; pero él, afable y sereno
casi seguro de lo porvenir, á todos decía:
Valor} confiad en I>Íos. Sasta luego.
Las voces de estos desgraciados habían
ya obtenido el asentimiento de Don Rúa.
Apónas llegado á Bogotá, Don TJnia recibirá
el formal permiso de su Superior de consa
grarse al servicio de los pobres leprosos.
Ya se lo decía el corazón.
COLOMBIA.
BOGOTÁ.
En honor de S. Francisco de Sales.
NÜESTROS AGRADECIMIENTOS
á los Sres. Presbos. E. M. Castro, S. Machado
y A. Metalli.
Hemos recibido un opúscolo del Presbo.
venezolano Dr. Don Enrique María Castro,
titulado Viaje d Ptiropa, en el cual habla de
una visita hecha al Seminario Salesiano de
Valsálice y al Oratorio de San Francisco de
Sales en Turín, con ciiyo motivo expresa los
más honrosos conceptos respecto á nuestro
inolvidable padre Don Bosco y al Instituto
fundado por él.
Ya en nuestro Boletín de Noviembre del
año p. pdo. publicamos una interesante carta
que el mismo Sr. Castro dirigía á nuestro
insigne y muy estimado bienhechor, el Señor
Canónigo Dr. Don. Ricardo Arteaga, en la
que manifestaba su simpatía por la Congre
gación Salesiana y hacía fervientes votos por
que llegara á establecerse pronto en su amada patria.
No hace mucho que también publicamos
una animada y apreciable relación de la vi
sita hecha al Oratorio de S. Francisco de
Sales por el Sr. Cura Párroco do Jaguachi
Don Antonio Metalli muy análoga á la que
antes mencionamos. Omitimos iJor esto re
sumir aquí los recuerdos del Sr. Castro.
Pero aprovechamos esta circunstancia para
dar nuestros sinceros agradecimientos tanto
á ambos distinguidos viajeros como al S. Dr.
Don Santiago Machado por la benevolencia
con que continuamente se dignan favorecer
nos, Muy obligados quedamos á los benefi
cios que nos hacen y á la cooperación activa
con que concurren al buen éxito de ios tra
bajos emprendidos por Don Bosco y sus hijos
para bien de los niños pobres y evangelizacióu de las tribus salvajes.
Dios premie sus servicios con largueza y
escuche benignamente nuestras oraciones x^oi’
su felicidad.
Por primera vez se celebró en esta ciu
dad, el 29 de enero último, la fiesta del gran
San Prancisco de Sales, patrono de la in
signe Congregación Salesiana, de quien toma
su nombre.
Aquel día presentaba la iglesia del Car
men un espectáculo tan bello como conso
lador: desde el amanecer una multitud de
fieles de ambos sexos se acercaba á la Mesa
Eucarística á recibir el pan de los fuertes
de manos del Excmo. Sr. Delegado Apostó
lico y de otros varios sacerdotes. A las nueve
se canté la misa de la fiesta, y el coro de
los Salesiauos, verdadera escuela de canto y
dt‘l más puro gusto, ejecutó una de las más
bellas de su abundante repertorio. El pane
gírico del Santo estuvo á cargo del E. P. HISTORIA DEL ORATORIO DE S. FRANCISCO DE SALES
Síario Talenzuela, de la Compañía de Jesús,
y ya se dejá entender que el discurso estuvo
*á la altura del asunto.
SEGUNDA PARTE.
Por complemento de tan interesante fiesta
el templo estaba suntuosa y elegantemente
C a p ít u l o Y.
adornado, obra en su mayor parte de las mu
chas familias cooperadoras, en que lució como
Desde aquel día la conducta religiosa y
siemx^re, su buena voluntad y mejor gusto.
moral
de los niños del Asilo filé de tal
Cii-cunstancias imx^revistas habían re^r- edificación
y ejemplo que no se podía espe
dado esta felicitación á los beneméritos hijos rar
nada
más.
Oraciones, frecuencia á los
de Don Bosco, que todo lo merecen por su santos sacramentos
, trabajo, obediencia,
piedad acendrada y su grande interés por la caridad, temor de Dios,
todo era llevado al
gloria de Dios y el decoro del culto.
más alto grado de perfección. Sobre todo se
tenía tal temor de Dios, que apenas uno
(La Defensa Católica).
— 78 <lecía una palabra <5 hacía una acción que
iio estuviera muy conforme, al momento iba
Óp Don Bosco á pedirle oportuno consejo ó
la debida penitencia. Especialmente á la no
che después de dichas las oraciones, todos
le roileabau para exponerle sus dudas ó ma
nifestarle los defectillos que habían come
tido durante el día j y sucedía que el pa
ciente sacerdote estaba una hora y a ve<568 más oyendo al uno y al otro, asegu
rando, confortando, consolando y mandando
á dormir á todos tranquilos y contentos. Era
aquel un espectáculo que enternecía y daba
á la vez el más claro indicio de la pureza de
conciencia que cada niño quería tener para
con Dios.
Y aun los mismos jóvenes que tan sólo
frecuentaban el Oratorio en los días festivos
se determinaron á llevar vida más morige
rada. En los días del Señor acudían pun
tualmente á las sagradas funciones, y mu
chos recibían los santos Sacramentos; siendo
durante la semana ejemplares de cuantos los
miraban y trataban.
Entre tanto, como los casos de cólera fue
ron en aumento tanto en Turín como en los
alrededores, se trató de establecer lazare
tos para recogerlos coléricos que no tuvie
ran casa propia. Eos de estos improvisados
hospitales, se establecieron en el arrabal de
San Donato, que entonces constituía parte
de la parroquia del arrabal Dora. Pero si
bien do pronto, al'Municipio le era fácil
establecer áquí y allá lazaretos, le ocurría
después la dificultad de no encontrar per
sonas que los atendieran, y esto aun cuando
fuera pagando para ir á asistir á los en
fermos en las casas particulares j negá
banse á ello, aun los más robustos y vale
rosos , y todo por el temor de recoger tan
fatal peste. Entonces fué cuando á Don
Bosco le asaltó un gran pensamiento , pen
samiento que le hizo tomar una noble y ge
nerosa resolución.
Después de haber prestado por espacio de
muchos días y muchas noches, auxilio aquí
y allá — junto con algunos sacerdotes de
Turín, adictos al Oratorio — á los coléricos
más abandonados, y haber visto con sus propios
ojos la necesidad en que se hallaban muchos
enfermos, reunió un día á sus niños y tuvo
con ellos una tierna conversación. Manifes
tóles el estado miserable en que se encon
traban muchos pobres coléricos, algunos de
los cuales fallecían por faltarles el pronto y
necesario socorro. Dyoles cuán bello acto de
caridad era, el consagrarse á su alivio 5 que
el divino Salvador había asegurado en el
santo Evangelio, que el servicio prestado á
los enfermos, lo consideraría como prestad.o
á Él mismo; que en todas la epidemias y
en las mismas postes, había habido siem
pre Crfstiauos generosos, que sacrificando
sus propias vidira, se habían cousagr^o al
alivio del alma y cuerpo de los apestados.
Les avisó que el Alcalde había hecho pú
blica la necesidad que tenía de enferme
ros y asistentes; y cómo Don Bosco con
varios otros, habíanse ya ófcecido j y con
cluyó dicióndoles, cual sería su satisfac
ción si algunos de sus hijos tomaba á pe
chos la empresa, para una obra de tan
sublime caridad. Estas palabras de Don
Bosco, como vulgarmente se dice, no caye
ron en saco roto. Los jóvenes del Oratorio
las consideraron de suma importancia y quisieron demostrar cómo eran hijos de tal
padre. Catorce de estos se le ofrecieron al
momento, y pronto dieron sus nombres para
que la Junta de Sanidad dispusiera de ellos
para donde fuera necesario 5 pocos días des
pués otros treinta seguían igual ejemplo.
Quien cousiden'e, por una parte, el terror
que en aquellos días se apoderó de todos ios
ánimos, que muchos — sin excluir á los
mismos módicos — huían de la ciudad, y
por otra, atienda á la edad y natural timidóz de la juventud, no podrá menos de ad
mirar la abnegación y heroísmo de estos
hijos de Don Bosco, quien tuvo tal satisfac
ción que por ello derramó copiosas lágrimas.
Antes de meterles en campo de batalla,
el buen padre dióles varios avisos, á fin de
que su obra fuera para bien, tanto del alma
como del cuerpo de los pobres coléricos. La
terrible enfermedad tenía generalmente dos
períodos, uno de asalto, del cual sin un
pronto socorro las más de las veces era mor
tal ; y el otro de reacción por la cual rea
vivándose en el cuerpo la circulación de la
sangre, muchos escapaban de la muerte. T
así, quien prestaba sus servicios á los colé
ricos , debía atender ante todo al modo de
vencer )a violencia del primer asalto y ha
cerle entrar pronto en el segundo período, lo
cual se hacía, sobre todo, con moderadas fric
ciones ó excitando el calor por medio de fo
mentos, colocando paños de lana en las ex
tremidades del cuerpo en donde se sentían
los calambres ó el frío. Sobre este particular,
Don Bosco amaestró á los jóvenes enferme
ros para hacerles aptos cual si fúeran como
médicos improvisados. Dióles varios avisos
en cuanto á lo del alma, á fin de que nin
guno de los enfermos muriera sin los auxi
lios de nuestra santa Religión.
Tina vez instruidos, establecióse un hora
rio , y fueron distribuidos, quien en una
quién en otra parte. Los unos debían prestar
su servicio en los lazaretos, los otros en las
casas particulares; quién en esta familia,
quién en aquella otra. Unos daban vueltas
por la ciudad para averiguar si había en
fermos que nada se supiera de ellos, y otros
estaban como de guardia en casa, esperando
si alguno necesitaba de ellos, y así acudir
pronto en su socorro.
Tan pronto como se supo que los jóvenes
del Oratorio se habían dedicado á la asis
tencia de los coléricos, frieron tantas las
1
— ?y —
(lemaudas que se hicieron, que á la semana
siguiente se tuvo que renunciar á todo ho
rario. Parientes, vecinos, conocidos, Muni
cipio, todos acudían á Don Bosco, tal es así,
que los jóvenes estaban siempre en continuo
movimiento. Días hubo que á penas tuvieron
tíempo de tomar un bocado, y si esto hi
cieron, fué en la misma casa del colérico.
Durante la noche era un continuo ir y venir,
quién se acostaba, quién se levantaba, y
muchos fueron los que pasaron en vela.
Junto á la cabecera del enfermo, y esto haciinlo con tal placer, que siempre estaban
contentos.
En los primeros días ante de dirigirse á
prestar tan caritativa obra, cada cual iba
provisto de una botellita de vinagre y de
uu poco de alcanfor 6 cosa semejante 5 vuelto
á casa se lavaba y perfumaba para desin
fectarse j esta operación se repetía con mu
cha frecuencia, la cual tuvo que abando
narse por no perder tiempo. En ninguna otra
cosa se pensaba más que en asistir á los
pobres enfermos, dejando el cuidado de si
mismos á la divina Providencia.
Ni aun en aquellas dolorosas circunstan
cias, la obra del Oratorio fné solamente per
sonal ; ya que — aunque pobres — pudieron
atender en lo material, á muchos enfermos.
Sucedía machas veces haUarse* el jóven al
lado del enfermo, y ver que estaba falto de
sábanas, mantas, camisas y otras varias co
sas. Notando tanta penuria de las cosas más
necesarias, se iba á casa, se exponía la ne
cesidad á la buena madre Margarita, y esta
al oir tales miserias, llevada de su buen co
razón, iba á la ropería y proporcionábales
cuanto le era posible dar. Al uno entregaba
uua camisa, al otro una sábana, á éste una
manta, á aquél uua toballa y así por el es
tilo. J)e lo que resultó, que en pocos días,
uo se poseía en casa, más que lo que cada
cual llevaba encima ó tenía en la cama.
Vino un día un jóven enfermero, diciendo
haber visitado á un pobre colérico — al que
pocos momentos hacía le había cogido el
mal — y el cual estaba en una buhordilla y
8iu que tuviera ni uua triste sábíuia para cu
brirse. La caritativa mujer fué al momento
«u busca de algo que darle y no halló nada
á propósito, mas que uu mantel. — Toma,
le dijo la piadosa madre, hé aquí la única
pieza de ropa blanca que todavía me queda,
auda y arréglate con tu pobre enfermo.
El servicio prestado en aquellos días á los
pobres enfermos, por los jóvenes del Ora
torio , fné para todos de tanta satisfacción,
que el mejor de los diarios católicos de aquel
eatonces, reseñando los actos de caridad
llevados á cabo por el clero católico durante
el cólera, quisa de ellos harcer mención en
^ bello artículo. Y para confirmar cuanto
llevamos dicho, ponérnoslo aquí. Es del
tenor siguiente:
« Al publicar nuestra relación de la cari
dad del clero en tiempo de cólera, hasta
ahora, tan sólo hemos dado cuenta del ofre
cimiento hecho por muchos eclesiásticos en
caso de necesidad: entre los cuales nom
bramos á los padres Dominicos y á los sa
cerdotes Oblatos de la Consolación. Pero si
bien la moderación del mal no dió ocasión
á la caridad del Clero turinés de poner á
prueba su celo, con todo lo poco que hizo
demostró lo mucho que hubiera hecho si
la divina Providencia hubiera dispuesto de
otra manera.
« Podremos referir cómo el Cloro vnliéndoso
de su influencia disipó la preocupación que
el vulgo se había formado en contra de los
médicos. Tuvo el clero el consuelo de ver
— á pesar de todos los improperios que contra
él diariamente se dirigían — cómo el pobre
pueblo viéndose en manos de tan perniciosa
enfermedad, se acogía benignamente en los
brazos del sacerdote que iba para su alivio
espiritual y corporal, cuando por otra parte
cerraba sus puertas al médico. Y bastaba una
palabra del sacerdote para que dieran libre
entrada al médico y tomaran con satisfacción
aquellas medicinas que antes detestaban, más
que la misma enfermedad.
« Queremos como por muestra, ya que no
nos es posible referir todos los actos que el
clero realizó en esta circunstancia, hablar del
servicio prestado al lazareto del arrabal de San
Donato, bajo la dirección de los Bdos. Don
Oalcaguo, capellán de la Pucina, y Don
Bosco, fundador y director del Oratorio de
San Francisco de Sales. Por espacio de al
gunas semanas uo se acostaron j y si lo hi
cieron , fué vestidos tanto como para des
cansar un poco, y este poco siempre inte
rrumpido tres ó cuatro veces durante la noche
por ser llamados á donde había necesidad.
El mismo Don Bosco presentó á la Junta do
Sanidad una nota de 14 de sus jóvenes, los
cuales voluntariamente se ofrecían á prestar
toda clase de alivio á los coléricos, ya fuera
en los lazaretos ya en las casas particulares.
Dichos jóvenes estaban suficientemente ins
truidos en todo lo que se refería á la asis
tencia de los enfermos, tanto en lo espiritual
— por saberles sugerir palabras de resigna
ción y piedad cristianas, como en lo que
atañía á lo corporal. Animados del espíritu
de Don Bosco, que para ellos más que su
perior era cariñoso padre, se acercaban con
valor á los enfermos, sabiéndoles inspirar
sentimientos de valor y confianza; y esto
uo como quiera con solas palabras, sino más
bien con hechos, tocándoles con sus manos,
ó haciéndoles friegas; sin qne por ello die
ran señal del más mínimo horror ó temor.
Tanto es así, que yendo por las casas de los
coléricos lo primero que observaban era á las
l)eisonas que rodeaban al enfermo, y si no
taban temor ó sobresalto aigniio, insinuá
banles que se retirasen, mientras ellos con
uua desenvoltura sin igual, le atendiáu cual
— 80 —
si fueran maestros consumados en la ma
teria, exceptuado el caso que se tratara de
üíuoH ó niíías, que entonces suplicaban á
alguno de la casa se quedase á su cuidado,
sino junto al lecho, al menos á su vista
en lugar conveniente. Difunto el colérico,
sino era mujer, desempeñaban su liltinío
cometido.
« A mfis de estos 14 jóvenes, todavía había
dispuestos otros treinta alumnos del mismo
buen sacerdote, quienes igualmente instrui
dos en lo que al alma y cuerpo se refería
estaban prontos d acudir sin demora en ayuda
de sus comi)afiero8 en donde el caso lo re
quiríese.
« Hemos querido hacer mención de un
modo particular de los servicios de esta pre
ciosa institución ya que, en cierta manera,
es una deuda que con ella so ha contraído,
y áj la vez nosotros la de manifestar sus
obras íi los bienhechores que la sostie
nen con el óbolo de la caridad. Pocas se
manas hace, acudimos á su generosidad, á
fin do que no desatendieran las graves nece
sidades que pesaban sobre el Oratorio. iÑuestras palabras dieron buen resultado, y di
mos á nombre del egregio Director, las más
expresivas gracias. Estamos seguros que
tendrán satisfacción, al luenos en parte, al
sabor cuan fructuosas son las limosnas he
chas á aquellos pobres niños, y esto será
como un nuevo estímulo á su caridad, la
cual no consentirá «pie sean abandonados en
la necesidad aquellos que están prontos a sa
crificar sus vidas en bien de sus hermanos. »
Hasta aquí la Armonía de aquellos días (1).
rar sus caras lívidas y cadavéricas, sus ojos
hundidos y semi-apagados, y al verles expi.
rar en tan horrible manera, le sobrecogió tal
temor que se puso pálido cual si fuera uno
de ellos ofuscósele la vista y falto de fuerzas
le vino un vahido. Por fortuna se hallaba allí
Don Bosco, quien le impidió que cayera al
suelo, le hizo respirara el aire libre y pronto
le reanimó con una oportuna bebida; á no
ser así al pobrecülo se le hubiera juzgado
como uno de tantos coléricos y puesto entre
los otros enfermos.
En verdad que valor se necesitaba para ir
intrépido á estos lugares de muerte y llanto.
Ya que á más de los tristes lamentos moti
vados por el sufrimiento de aquellos infelices,
desgarraba el corazón por otra parte, ver
cómo apenas difuntos eran trasladados al
vecino depósito, para ser pronto llevados al
campo santo y cuanto antes enterrados. Pa
recía que todavía estaban con vida y ya eran
sin perdida de tiempo colocados entre los
muertos.
En los primeros días no -solo era nece
sario sobreponerse al temor de la enfermedad
y de la muerte, sino aun á las amenazas de
ciertas personas. Conviene saber que aim
cuando los lazaretos estaban situados á bas
tante distancia de la ciudad y se tomaban
todas las debidas precauciones,'con todo, eran
mal vistos y aun más aborrecidos por las
personas vecinas á ellos y por los mismos
enfermos. Los unos, dominados por la ilusión
de que en estos lugares se moría pronto, y
sobre todo que esto se efectuaba valiéndose
de la agilita ; los otros temían, y no sin razón,
que los lazaretos corrompieran más fácilmente
el aire de los alrededores, y por lo tanto
pusieran en peb'gro inminente sus vidas. Así
C a p í t u l o VI.
es que, no habiendo podido impedir el que se
El vahido. — Los lazaretos y las pedradas. — Uno de
abrieran, algunos deseaban que se cerraran
los primeros coléricos. — Singular descubrimiento
ó inutilizarlos, valiéndose de medios viles
do una enferma. — Todos preservados. — El único
cuanto ilegales. Así se comprende cómo en el
caso de cólera. — La acción do gracias. — Los
arrabal de San Donado y en alguna otra parte
huérfanos de (as víctimas — Carta del Sr. Alcalde.
una turba de chiquillos de la vecindad to
mase la resolución de atemorizar á cuantos
No estará demás rodera todavía un caso pasaban con intención de ir á asistir á los
digiu) de mencionarse, acontecido en dicha enfermos allí refugiados. A este intento aquellos rapazuelos comenzaron por las ame
invasión colérica.
Y unto todo lio se crea que á los jóvenes nazas y concluyeron con piedras y palos j de
enfermos, do los cuales hemos hablado, no tal manera que para ir al laziU'eto ó volver,
les costura en un principio, hacer gran principalmente de noche, era necesario ha
esfuerzo para vencerse á sí mismos dado el cerse escoltar por la fuerza pública. Su
temor que de todos se había opoderado. Vivo cedió que una de las primeras noches dos
todavía, entro otros, uno de los 14 primeros de los nuestros, uno de los cuales era el
en dar sus nombres y en acercarse con clérigo Miguél líua, viéronse eu un grave
valor al lecho do los coléricos, quien, por sí peligro ; salían del lazareto, y al hallarse en
solo, pueile darnos una idea de la violencia lugar solitario y oscuro en dirección al Ora
que les fué necesario hacerse para empren- torio, oyen una gran gritería que con silvidos
«ler la obra y saber llevarla á cabo. Cuando y á grandes voces decía: á ellos, á ello'i.
■^lor primera vez puso los pies en el lazareto,
(Continuará)
al ver las convulsiones de los coléricos, al miC:a apiobsdón d« la Aatorítad EclesiásUea • Gerente JOSE GAXBno
p ) V. 11. 112, 16 (lo sctieinliro do 1!?54.
T otíd , I&U • T ip o £ raffa Sale&icua.